Es verano, tiempo de vacaciones, playa, arena, sol y… de volver al pueblo. Es la época donde todos (los que tienen pueblo) pasan unos días recordando la infancia, pasando tiempo…
Es verano, tiempo de vacaciones, playa, arena, sol y… de volver al pueblo. Es la época donde todos (los que tienen pueblo) pasan unos días recordando la infancia, pasando tiempo con los amigos de allí y de fuera, visitando a la familia… Los llamados forasteros “invaden” el pueblo. Las casas vuelven a cobrar vida por unos días, en las calles vuelven a jugar niños, en el pequeño comercio o en el bar se juntan más de tres personas y por un momento nadie se acuerda de la despoblación.
Es tiempo de fiestas. De honrar al patrón o patrona de la villa, de verbenas, de peñas, de toros y encierros y de recordar anécdotas vividas que rememora por momentos tiempos mejores. Y es que esa sensación de bien estar, de felicidad sólo te la da el pueblo. Donde el tiempo se para o por lo menos va a un ritmo mucho más lento que durante el resto del año.
Y es que hay muchas situaciones que solo se conocen si has tenido una infancia en el pueblo. Si parte de tus vacaciones las has pasado junto a tus abuelos en el pueblo. Vamos a ver si os sentís identificados con alguna de ellas.
- La primera sensación cuando ibas al pueblo durante la infancia-adolescencia, era la de libertad. La de no tener horarios. La de levantarte de la cama y salir a jugar con los amigos. Comer y volver a salir a jugar (eso sí, después de la siesta). Cenar y quedar con tus primos y colegas para hacer una trastada… Esa sensación desaparecía en cuanto volvías a la rutina de la ciudad y tocaba negociar las salidas con tus padres.
- Esa permisividad también era gracias a tus abuelos. Grandes intermediarios entre tú y tus padres. Siempre estaban de tu lado y colmaban tus deseos por pequeños que fueran. La comida más rica era la de la abuela. La propina que te daba tu abuelo “bajo cuerda” sin que tus padres se enteraran…
- La bici era una parte más de tu cuerpo. Ibas con ella todos los lados. A por el pan por la mañana, con el abuelo a la huerta, con los amigos, o incluso al pueblo de al lado cuando ya eras más mayor.
- Los amores de verano. Qué es de un verano en el pueblo sin conocer a un chico o una chica con el/la que te has enrollado con el/la te mandabas cartas durante el invierno o tiempo más tarde sms o llamadas perdidas cuando los móviles empezaron a invadirnos.
- Seguramente, en el pueblo probaste por primera vez el alcohol o fumaste tu primer cigarrillo. En el grupo de amigos con el que te divertías había chicos y chicas de todas las edades y los mayores siempre llevaban la voz cantante.
- En el pueblo todos son primos, todos tienen mote.
- La gente sabe de tu vida y si por un casual no te ubican la pregunta que soluciona el gran problema es: ¿y tú, de quién eres?
- El último día antes de volver a la ciudad era un drama. No te querías ir. Querías seguir viviendo en ese estado de salvajismo permisivo y durante semanas la sensación de aburrimiento y los recuerdos veraniegos no te permitían centrarte.
Estas son unas cuantas de las sensaciones y situaciones que entienden los que han pasado parte del verano en el pueblo. Pero no son todas así que puedes aportar las tuyas para recordar aún más que los pueblos son una parte importante de nuestras vidas y no hay que dejarlos morir.